Las letras muertas

La Broma infinita es un libro de peso, un tocho ilegalizado en las salas de espera que vacilaría al Libro Gordo de Petete por la parte de atrás.
La Broma infinita es mi biblia pagana, hace años que la disfruto con intermitencias disfuncionales y no tengo ninguna prisa en finiquitarla.
El peregrinaje es el camino no el destino.
En la portada hay una ilustración que retrata al prototipo estereotipado de la familia perfecta y feliz de los anuncios de detergentes. En el interior hay letras de tamaño minimalista que deliran decadencias personales con un humor brutal, incisivo y salvaje sin dejar de ser ameno y lúcido.
La historia es compleja, variopinta y llena de matices grandilocuentes y los personajes son entrañables en su singularidad pre-cocinada.
Lo importante no es lo que cuenta sino, COMO lo cuenta.

En fin, que me gusta el libro de marras y el culpable de su autor es un puto genio al que venerar públicamente (y en la intimidad acatalanada).

Hasta aquí lo bonito y comestible de esta recomendación personal a la lectura de un libro gordo que me estigmatiza como seudo intelectual contemporáneo que reniega de nuestros tiempos enajenados e incívicos, con gentuza que rompe espejos retrovisores que solo reflejan su estupidez en la oscuridad de la noche urbana.

Pero escribo esto porque hace poco que me he enterado de que el autor (que por cierto todavía no he dicho el nombre (David Foster Wallace)) ha muerto recientemente.
Su esposa lo encontró ahorcado en su despacho cuando llego a casa por lo que el cuadro tuvo que ser un drama.
Es lo que tienen los suicidios, nunca vienen bien para la agenda del entorno.
En fin, una historia finita y triste que ha conmocionado a los círculos literarios de América.
Naturalmente no han faltado teorías de conspiración en la sombra de los pinos y montajes de series televisivas sobre un posible asesinato encubierto. Ya que el hombre era bastante critico con el sistema (y su gobierno casablanquero).
La realidad pero, parece mucho mas prosaica y mundana.
Foster sufría depresiones desde hace años y ya ensayo tendencias suicidas con anterioridad. De hecho, él mismo solicito que lo ingresaran en una institución mental cuando cayo en el pozo porque necesitaba medicamentos para calmarse.

Tan grande y tan persona.

En fin (y van tres), ahora me cuesta leer las paginas de La broma infinita, no lo conocía ni sabia nada de su vida pero leer parágrafos tan brillantes es difícil de digerir cuando uno está conmocionado en la distancia.
Espero que el duelo me dure poco, este trimestre necesito con ansia mi dosis de broma perpetúa ya que la crisis me tiene rodeado.

Descanse en paz.


Otros libros de David Foster Wallace:
Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer
La niña del pelo raro
Entrevistas breves a hombres repulsivos
Hablemos de langostas

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