Divagación descontextualizada

Pocas cosas puedo decir sin salir del margen del camino blanco y respetuoso que yo mismo me he marcado. Hay cosas que tienen prestigio una vez pasadas, una vez superadas y dejadas atrás pero que mientras pasan, mientras se producen, son tristes (por no decir lamentables).
Por ejemplo el oficio de poeta. Si alguien te dice "hola soy poeta", lo más normal es que te replantees seriamente tus firmes convicciones en contra de la pena de muerte, pero si en cambio, escuchas "mí abuelo José era poeta", uno no puede evitar conmoverse profundamente por aquel pobre hombre (ya muerto y enterrado) tan sensible en un mundo miserablemente hostil, tan duro y áspero, lleno de odio y violencia de género degenerativa.

Con los recuerdos pasa lo mismo; hace poco he tenido una gentil invitación para ir a una salida por las montañas de la Cataluña central; una excursión naturista llena de ejercicio saludable y compañía amigable llena de complicidad ociosa. Naturalmente he dicho que no, que tenía que hacer no-sé-que a no-sé-donde con no-sé-quien cuando en realidad he buscado la actividad alternativa a posteriori y he acabado en Blanes (para variar).

Pero si que recuerdo algunas excursiones deliciosas de no hace demasiado tiempo (dos o tres años como mucho) Entonces, dentro de mi mente, la cosa se llena de magia y de color. Madre mía qué emboscadas del destino más maquiavélicamente deliciosas. Qué puntos de encuentro más inesperados; hay gente que vale la pena conocer, mejor dicho, vale la alegría conocer, y ¿porque no decirlo? Vale la pena y la alegría que me conozcan a mí, porque la vida es un juego a dos bandas, hay el estado pasivo y el activo, un aprieta y afloja.

Quizás estoy mitificando algunas desventuras de mi pasado reciente pero me da igual. Aquella compañera que practicaba el nudismo en medio de la montaña no me la quita nadie. Aquello si que era penetrar profundamente en la naturaleza y lo demás son tonterías.


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